Mujer de ciencias

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Mujer de ciencias

Malena Maroli de la curiosidad por las hormigas en el patio de su abuela al aporte de conocimiento científico para el país.

Es oriunda de Buenos Aires, se doctoró en biología, desarrolla sus investigaciones en Diamante y vive en Strobel. Su interés por la ecología, los desafíos de la profesión, la lucha por la igualdad laboral y el desequilibrio de los ecosistemas que provocan enfermedades como el Covid-19.

“Me resulta tan maravillosa la biología y más aún, la naturaleza”, describió Malena Maroli al hablar de su vocación. Ella nació en San Martín, provincia de Buenos Aires y su curiosidad la llevó a estudiar y conocer cada vez más sobre las bondades de la ciencia. Hoy es doctora en biología, ecóloga, investigadora, docente y activa defensora de la conservación de las especies. Descubrí junto a ella “los vínculos indisolubles entre ecosistemas sostenibles, sociedad y salud de animales y seres humanos”.

— ¿Cuándo te decidiste por estudiar biología? ¿Dónde cursaste?

—En los dos últimos años de la escuela secundaria tuve profesoras de Biología y de Física que me resultaron inspiradoras y me generaron curiosidad. De hecho fui a al Centro Atómico Constituyentes (CNEA) en San Martín, provincia de Buenos Aires a aprender Física y Química en encuentros destinados a estudiantes secundarios en los que tuvimos la oportunidad de realizar experimentos y conocer las instalaciones. Eso me marcó mucho.

También durante el secundario participé de las Olimpíadas de Biología y de un concurso de Física, ¡ambos sin éxito! Durante el último año del secundario me anoté en la Licenciatura en Ciencias Biológicas de la UBA; supongo que me incliné por la Biología y no por la Física porque sentía cierta barrera por cuán difícil resultarían las matemáticas en esta última carrera.

Sin embargo, estudiando en grupo con compañeras que fui conociendo, pude salvar la falta de recursos en matemática que yo traía desde mi secundario y atravesé exitosamente el CBC (el ingreso de un año a las carreras de la UBA) y entré a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, en la cual estudiaría durante siete años más. ¡Y luego la carrera de posgrado! (Cinco años más en la misma casa de estudios).

— ¿Cómo contagiarías el entusiasmo por esta carrera? ¿Qué bondades posee?

—El entusiasmo por la Biología, a mí modo de ver, es el mismo entusiasmo con el que cualquier niña o niño ve el mundo: como en mi caso me preguntaba cómo era la vida de las hormigas que atravesaban el patio de la casa de mi abuela, por qué los árboles del barrio eran diferentes entre sí. Supongo que se basa en el interés ancestral de la especie humana en entender el mundo natural que nos rodea, el por qué de sus ciclos y variaciones, el por qué de sus cambios.

Por eso me resulta tan maravillosa la Biología y más aún, la naturaleza. En cuanto a la carrera, como toda carrera científica, diría que sus bondades son que me enseñó a tener un espíritu muy crítico; a desafiar el principio de autoridad (es decir, no creo en un hecho o argumento simplemente porque me lo diga alguien de más rango en mi trabajo o una “autoridad” en el tema, por ejemplo), sino que me permito dudar de todo.

Por eso considero que soy muy estricta con los argumentos que doy para justificar cada hallazgo que encuentro cuando hago mi trabajo de investigación científica. Además creo que otra bondad es que hacer ciencia o biología en particular, es una profesión muy desafiante porque hay que encontrar patrones dentro del mundo vivo, ¡cosa que dicha así suena súper difícil! Pero es hermoso y muy divertido.

— ¿Dónde desempeñas tu actividad profesional? ¿Enseñas? ¿Qué te gusta investigar?

—Desde el 2014 trabajo en el Centro de Investigación Científica y de Transferencia Tecnológica a la Producción (CICYTTP) que es una unidad ejecutora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la provincia de Entre Ríos en Diamante, realizando investigación científica como becaria doctoral en ese entonces, y ahora posdoctoral.

También soy docente de la Licenciatura en Biología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) desde el año pasado. Los temas que más me gustan son aquellos relacionados con la ecología, que si bien la suelen confundir mucho con las ganas de cuidar el ambiente, es la ciencia que estudia la relación de los seres vivos con el ambiente (dicho en muy pocas y simples palabras).

Es decir la ecología es una disciplina dentro de la biología. Mi interés dentro de la ecología radica en la llamada ecología de enfermedades o eco-epidemiología, que actualmente estudiamos desde el enfoque ecosistémico de la salud, que luego evolucionó hacia el concepto de “Una Salud” en la primera década del siglo XXI.

“Una Salud” es un enfoque integrado y sistémico de la salud, centrado en restaurar la resiliencia de los sistemas biológicos a todas las escalas, incluidos los seres humanos, los animales y las plantas, y considera los vínculos indisolubles entre ecosistemas sostenibles, sociedad y salud de animales y seres humanos.

Es decir, los seres humanos somos parte del ecosistema, y nuestra salud está ligada a éste y sobre todo, a la de los demás animales que lo componen. Lamentablemente nos encontramos viviendo un ejemplo de cómo esta conexión puede desequilibrarse: los animales, silvestres o de cría, suelen ser la fuente de los patógenos zoonóticos que nos enferman, como sucedió desde fines del año pasado con el SARS-CoV-2 y la subsiguiente pandemia de COVID-19 que estamos viviendo, mediada por el tráfico ilegal de fauna y el hacinamiento de animales silvestres en grandes mercados.

También me interesa muchísimo la biología de la conservación (el estudio de especies que se encuentran bajo alguna categoría de amenaza). Por suerte tuve la oportunidad desde antes de graduarme, de empezar a colaborar como ayudante de campo en el Laboratorio de Ecología de Poblaciones de la UBA en donde justamente se investigan temas de ecología de enfermedades.

Allí realicé mi tesina de grado estudiando cómo se mueven los pequeños roedores silvestres que habitan ambientes naturales y cómo se relacionan sus movimientos con el hantavirus, un patógeno que algunas especies de estos roedores hospedan naturalmente pero que es muy letal para las personas.

Luego en las islas del Delta del río Paraná en Entre Ríos desarrollé el trabajo de campo de mi tesis doctoral ampliando estudios sobre la comunidad de pequeños roedores silvestres que habitan las islas, su prevalencia para hantavirus, su dinámica poblacional (cómo varía el tamaño de sus poblaciones a través del tiempo) y los movimientos de la especie que previamente se había identificado como reservorio de Síndrome Pulmonar por Hantavirus en esta zona del país.

Actualmente, si bien estamos publicando los resultados de nuestras investigaciones sobre roedores en las islas, estoy trabajando con un nuevo grupo de investigación en el estudio de la ecología del mosquito Aedes aegypti, el vector de los virus del dengue, la fiebre amarilla, el Zika y el chikungunya (también en Diamante).

Como este mosquito es urbano y domiciliario (vive en nuestras casas), nuestros sitios de estudio son algunas ciudades de Entre Ríos. En este tema también realizamos la vinculación tecnológica entre los conocimientos científicos que desarrollamos en CONICET y las necesidades de monitoreo del mosquito que tiene por ejemplo el sector Salud, ya que monitorear a este vector es de mucha utilidad para prevenir epidemias de dengue (como la de 2019-2020, que tuvo muy poca prensa dada la pandemia de COVID-19).

— ¿Qué pasó este año tan particular donde la pandemia obligó a tantos cambios? ¿Afectó tu trabajo?

—Nos afectó mucho como comunidad científica y universitaria. Muchos experimentos y trabajos de campo se frenaron totalmente y esto involucra un atraso en los planes de trabajo no sólo de becaries doctorales sino del resto del personal de investigación científica de CONICET y otros organismos de CyT.

Además, con otros colegas estuvimos a punto de comenzar la organización de una jornada científica y de salud sobre enfermedades vectoriales y zoonóticas en Entre Ríos y tuvimos que posponerla por tiempo indeterminado. En particular creo que no me vi tan afectada porque mi plan de trabajo no involucraba colectar nuevos datos, sino realizar el análisis de datos ya obtenidos en muestreos previos en varias ciudades de la provincia.

Pero definitivamente en esta modalidad “home-office” trabajamos muchas más horas por semana. Y la docencia también conlleva más carga de trabajo en la modalidad virtual. Tampoco tengo hijes y eso realmente me coloca en una posición ventajosa como mujer respecto de las compañeras que son madres, razón por la cual estamos en la lucha para que se reconozcan sus licencias por cuidado en el contexto de la pandemia y en el caso de las becarias (que no estamos en planta permanente, ni contratadas), que se prorroguen sus becas dado que su productividad no es la misma que la de personas sin hijes.

Tener menor productividad involucra tener más dificultades para acceder al próximo paso en la carrera científica en CONICET (presentarse al concurso de ingreso a la Carrera del Investigador Científico) y por eso la pandemia acentuó éstas y más desigualdades al interior de la comunidad científica.

— ¿Se puede vivir de la ciencia? ¿Cómo es la actualidad de una mujer investigadora? Uno se imagina que es un título de gran importancia. ¿Es así? ¿Tenés reconocimiento?

—El título de Doctora es el máximo título académico de posgrado que se puede obtener en nuestro país y en el mundo. Pero es justamente un título muy académico y orientado a realizar investigación científica, y por lo tanto en general nos insertamos en algún organismo de CyT (CONICET, algunas universidades).

Por otro lado no es imposible pero sí es más bien difícil insertarse en un privado a trabajar como doctora, y hay ciertas profesiones que pueden tener mejor inserción y mejor remuneración en los privados como podrían ser los geólogos o químicos relacionados con la industria petroquímica.

De otra manera, trabajando por ejemplo en CONICET o universidades, hay que luchar siempre por mejoras salariales, porque vivimos de la ciencia, pero siempre con lo justo y muchas veces poniendo de nuestro bolsillo, de nuestro sueldo, para insumos o equipos necesarios para trabajar, dada la desactualización de los montos de los subsidios de investigación por las devaluaciones del peso.

A pesar de esto, el estipendio de beca de CONICET es mi sustento económico pero si no me alcanzara, no hay mucho más que hacer, dado que sólo se nos permite tener un cargo simple en universidad o ciertas horas en secundario como únicas opciones compatibles con la exclusividad a la investigación que nos demanda CONICET. Por eso son tan importantes las luchas por la mejora del estipendio y salarios, así como por los derechos laborales que no tenemos y el convenio colectivo de trabajo para el sector CyT (aún no existe).

En mi caso no me interesa mucho el reconocimiento, porque me asumo sólo una más en esta comunidad científica de gente que todos los días quiere aportar conocimiento para resolver problemas de nuestro país. El ego científico trato de dejarlo de lado, porque ser Doctora no me hace mejor ni peor que otras personas. No me gusta el elitismo que puede conllevar este título.

Simplemente celebro el hecho de haber podido acceder a la educación superior con el esfuerzo y ayuda de mi familia y la existencia de la universidad pública que, a pesar de todos los embates que sufrió en nuestro país durante el siglo XX, sigue brindando educación de alta calidad y gratuita. La UBA y el CONICET a través de mi formación académica me han permitido transitar experiencias de vida maravillosas hasta ahora y eso es lo que me importa.

Por último, ser una mujer investigadora no está exento de las mismas desigualdades que vivimos las mujeres en la sociedad. Una frase muy escuchada por muchas compañeras desde sus directores de beca: “no se te ocurra quedarte embarazada durante el doctorado” o que nos digan “las mujeres no pueden ir al campo” son sólo dos ejemplos de actitudes que tenemos que bancarnos en el día a día de nuestro trabajo.

El machismo y la misoginia están presentes en la ciencia, porque la ciencia es nada más que un producto de esta misma sociedad. De ahí que “la base de la pirámide” del sistema de CyT lo conformemos más mujeres que hombres, pero a medida que ascendemos en carrera, los puestos jerárquicos son ocupados por hombres. ¿Por qué? ¿Somos menos capaces? No. Nos atrasamos en la carrera de investigación porque las tareas de cuidado de hijes y de familiares también recaen más en la mujer científica, como en el resto de las mujeres, en detrimento del desarrollo profesional científico cuando se compara con un hombre al mismo nivel.

—¿Tuviste alguna propuesta o pensaste alguna vez en desarrollar tu actividad fuera de Argentina? ¿Te gustaría?

—Propuestas no, pero me hubiese gustado viajar a realizar un intercambio con algún otro laboratorio para conocer otra cultura y aprender de ella, y a la vuelta valorizar aún más la ciencia que hacemos en nuestro país. No me veo instalándome a trabajar en el extranjero, tal vez sí en otro país de América Latina porque me encanta nuestra herencia natural y cultural. Pero me gusta pensar a la ciencia que hago desde y para acá, para América Latina. Los países centrales ya tienen sus problemas más resueltos que los países en vías de desarrollo como el nuestro, por eso siento que nuestro trabajo científico es más útil a nuestros propios intereses, desde acá.

—Sos oriunda de Buenos Aires. ¿Cómo llegas a Entre Ríos? ¿En qué zona te estableciste? ¿Te gusta la provincia?

—Me crié y viví hasta los 25 años en Villa Ballester, San Martín (provincia de Buenos Aires). Muy cerquita de la quinta donde nació José Hernández, el autor del Martín Fierro. Llegué a Entre Ríos porque en 2013 me postulé al concurso de CONICET  para obtener una beca doctoral, y en diciembre de ese año me enteré que la había ganado. Entonces en abril de 2014 me vine a Diamante, porque el laboratorio de CONICET donde debía trabajar estaba aquí.

Desde 2018 me cambié a Strobel, cerquita de Diamante. Me encanta porque vivo a  200 metros de la nueva reserva natural urbana, “Tierra Chaná” así que disfruto frecuentemente de sus hermosos montes nativos añosos. Me encanta Entre Ríos, conocí haciendo turismo con mis padres, luego ayudando a otras biólogas en sus investigaciones en los Parques Nacionales Predela y El Palmar; y luego estos años viviendo acá disfruté muchísimo de las aguas del Paraná, del Uruguay, de sus paisajes, de su vegetación y por sobre todo del canto de los pájaros en libertad, que es una de las cosas que más me gusta.

— ¿Qué pasa con los incendios en el Delta y la destrucción de fauna y flora de la zona? ¿Cuál es tu aporte como bióloga, tu mensaje para concientizar y pedir políticas que prevengan y cuiden la naturaleza?

—Para mí como bióloga (y particularmente como ecóloga) es tristísimo ver la destrucción ambiental (bien llamada ecocidio) que está ocurriendo en el Delta. Realmente la mitad de los sitios en donde estudiamos pequeños roedores durante mi tesis son ahora cenizas; estuvimos trabajando muchísimo para publicar el resultado de nuestra investigación pero me pregunto, ¿para qué? Si el ecosistema ya no va a ser el mismo. Eso me desanima un poco.

Pero sin hablar de mi interés “egoísta”, sinceramente dudo si vamos a poder ver la recuperación de un disturbio tan extremo; la cantidad de fauna silvestre muerta es realmente enorme y nadie la está cuantificando. Cada especie tiene un rol en el ecosistema, entonces no podemos esperar que esto sea “gratis”. Ni hablar de la emisión de carbono a la atmósfera, que estaba tan bien retenido por la vegetación de los humedales.

Creo que los incendios forestales en el Delta son la clara muestra de la desidia humana (por más que la quema de pastizales sea una práctica tradicional, en un contexto de sequía extrema y sin técnicas de manejo del fuego es directamente un delito), la avaricia de intereses económicos (así lo demuestran los terraplenes en algunas zonas para incrementar la superficie bajo producción de granos o las grandes pampas que se forman en lagunas sin agua y quemadas, ideales para echar más vacas a la islas) y la ausencia de los Estados (provinciales, Nacional) para ser garantes de nuestros derechos y los de las generaciones futuras.

Dejar que se queme todo es mirar para otro lado y condenarnos a la falta de agua, la desregulación del clima, la emergencia de enfermedades, y más consecuencias del daño ambiental. En la Tierra como biosfera y en esta eco región cada especie y factor abiótico tiene un rol y un balance.

No va a soportar por siempre los disturbios que le causan. Algún día no volverá más a su equilibrio original y ya  desde bastante antes de ese punto, habremos complicado nuestra propia supervivencia como especie. El fuego es intencional y hasta que no haya castigo para los culpables e instigadores de estos fuegos, la situación no va a cambiar. Como bióloga no puedo ser suave ni ser positiva a este respecto.

El principio precautorio nunca se aplicó desde que comenzaron los incendios. La realidad que he visto en esta zona es que hace falta más poder de fiscalización en el terreno y aplicar los instrumentos legales que ya existen (Ley Nº 9868 de Prevención del Fuego en Entre Ríos, Constitución de la Provincia de Entre Ríos) para evitar más fuegos intencionales, endicamiento, terraplenado y cambio de los cursos de agua.

También exigir medidas de más largo plazo como la Ley de Humedales, pero el discusión ahora es que pare el fuego y que el Estado ponga todos los recursos a disposición del cese del fuego, no sólo a las brigadas de combate de incendios forestales rompiéndose el lomo contra el fuego para que a la semana siguiente esté todo en llamas nuevamente. Parece un chiste macabro.

MalenaxMalena

Malena Maroli tiene 31 años y vive en pareja con Matías.

— ¿Cómo es un día tuyo?

—En general me levanto como para estar en la compu trabajando a las 9 o 9.30. Hago un poco de elongación y/o yoga antes de desayunar (tanta computadora no es buena para el cuerpo), luego preparo el desayuno con fruta, cereal y algún fruto seco; el mate, y a trabajar hasta el mediodía. Luego almuerzo, descanso un poco (por ejemplo me voy ver cómo están las plantas de nuestra huerta en el patio) y vuelvo a trabajar hasta las 18. En general salgo a caminar, a ver pájaros o a regar las plantas en nuestro terreno, llevándome unos mates. O yoga si no pude hacer antes. Y por ahí más tarde cocino algo casero para la cena con música de fondo.

¿Qué te gusta hacer en tus ratos libres?

—Estar con las plantas de nuestra huerta, hacer yoga, pintar, escuchar música, salir a caminar con binoculares y mirar pájaros.

—¿Tenés un sueño o proyecto aún por concretar?

—El año pasado conocí el Amazonas brasilero y eso fue un sueño hecho realidad. Supongo que sueño con conocer más paisajes de mi país y de América Latina, sobre todo. Como proyecto, con mi pareja nos encantaría tener un vivero de árboles nativos para concientizar sobre la importancia de las especies nativas y proveer nativas para forestar parques, escuelas, casas.

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Dina Puntín

Comunicadora y periodista

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Publicada en Diario UNO

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