Una mirada retrospectiva a 2023

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Una mirada retrospectiva a 2023. Mensaje de la Directora Ejecutiva de UNICEF sobre un nuevo año y una nueva esperanza para los niños y niñas.

Ya sea debido a los conflictos o al cambio climático, durante este año se ha demostrado de nuevo que los niños y las niñas viven en un mundo que resulta cada vez más hostil a sus derechos. Sin embargo, UNICEF siguió proveyendo servicios a niños, niñas y jóvenes mediante una plantilla de casi 17.000 personas que trabajan en más de 190 países y territorios.  

Como anticipo de nuestro Informe Anual, que se publicará en mayo, compartimos ahora un mensaje de nuestra Directora Ejecutiva, junto con reflexiones de jóvenes defensores de todo el mundo y fotografías que ponen de relieve nuestros resultados y nuestra labor en favor de todos los niños y niñas. A medida que avanzamos hacia 2024, reafirmamos nuestro compromiso con el cumplimiento y la protección de los derechos de la infancia.

“Un nuevo año y una nueva esperanza para los niños y niñas”

por Catherine Russell, Directora Ejecutiva de UNICEF

Con la llegada del nuevo año, he reflexionado mucho acerca del concepto de esperanza, tanto en el poder que produce tenerla como en la desesperación que puede consumirnos cuando desaparece. La esperanza permite que sobrellevemos dificultades aparentemente insuperables. A veces es lo único que nos impide ceder ante la duda y la inseguridad. Y a un nivel más básico, la esperanza puede ser lo único que nos ayuda como seres humanos a sobrevivir incluso ante las mayores adversidades. 

La esperanza es la base sobre la que se ha construido la organización que dirijo, UNICEF. Es la esperanza de poder construir un mundo en el que se protejan y defiendan los derechos y el bienestar de esta generación de niños y niñas, y de las futuras generaciones. Y la esperanza es lo que alimenta nuestro optimismo ante la idea de que es posible cumplir con esta misión.  

Pero aunque la esperanza es tremendamente poderosa, también puede ser frágil, especialmente cuando choca contra las realidades más duras que nos depara el mundo. Y este año ha sido especialmente duro para los niños y niñas de todo el planeta.

Calculamos, por ejemplo, que casi una cuarta parte de los niños y niñas del mundo viven en zonas de conflicto o huyen de ellas. Esto incluye conflictos prolongados como los de Burkina Faso, la República Democrática del Congo, Ucrania y Yemen, que han desencadenado oleadas de violaciones de los derechos de la infancia y años de sufrimiento.  

Pero en 2023 también surgieron nuevos conflictos. La violencia entre fuerzas y grupos armados en Sudán ha expulsado de sus hogares al menos a 6 millones de personas, más de la mitad de las cuales son niños y niñas, lo que la convierte en la mayor crisis de desplazamiento infantil del mundo. Mientras tanto, Gaza se ha convertido en el lugar más peligroso del mundo para la infancia, con casi 6.000 niños y niñas muertos en menos de tres meses de guerra.   

Detrás de cada una de estas cifras hay una historia de sufrimiento infantil inimaginable, de derechos violados y derechos denegados. He conocido a algunos de estos niños y niñas durante mis viajes con UNICEF. Niñas como Fátima, una joven de 16 años a la que visité recientemente en un hospital de Gaza. Resultó gravemente herida cuando su barrio fue bombardeado en octubre, y los médicos le han dicho que nunca volverá a caminar.  

El sufrimiento de estos niños y niñas es una acusación contra un mundo que no les ha protegido de los peligros de la guerra.  

Para empeorar las cosas, estos nuevos y prolongados conflictos han coincidido en 2023 con otras crisis devastadoras. Entre ellas, desastres como las catastróficas inundaciones de Libia o los terremotos de Afganistán y Marruecos, brotes de enfermedades como la epidemia de cólera de Haití y situaciones de inseguridad alimentaria como la que se vive en el Cuerno de África. El cambio climático también ha seguido causando estragos este año en las vidas de los jóvenes, ya que provocó graves sequías, olas de calor y tormentas cada vez más intensas.   

Por supuesto, estas crisis no se producen en el vacío. Cada una de ellas tiene el potencial de amplificar los efectos de las demás y de provocar desastres cada vez peores para los niños y los sistemas de los que dependen.  

Las consecuencias son evidentes:

  • el número de niños y niñas que viven en condiciones de pobreza multidimensional ha aumentado un 15%, hasta alcanzar los 1.200 millones en todo el mundo en tan sólo los últimos tres años;
  • casi 600 millones de niños y niñas no alcanzan los niveles mínimos de lectura;
  • 35 millones de niños y niñas sufren emaciación;
  • y cada día mueren cerca de 14.000 niños y niñas menores de cinco años por causas en gran medida evitables, como las enfermedades diarreicas y el paludismo. 

Estos son tiempos oscuros, especialmente para la infancia, tiempos que han llevado a que la esperanza escasee entre muchos de nosotros. Pero como dijo el Dr. Martin Luther King: “Sé, de alguna manera, que solo cuando está lo suficientemente oscuro puedes ver las estrellas”. Creo que esto es cierto. Creo que si miramos lo suficiente, podemos ver las estrellas. Podemos ver las señales de esperanza que nos muestran que es posible hacer del mundo un lugar mejor para toda la infancia.  

En los últimos 20 años, por ejemplo, hemos asistido a una drástica reducción de la desnutrición infantil a escala mundial, lo que incluye una disminución de 55 millones, o más de un tercio, del número de niños y niñas con retraso en el crecimiento. Las tasas de inmunización infantil, que se redujeron drásticamente durante la pandemia de COVID-19, han repuntado, y los servicios mundiales de inmunización llegaron el año pasado a 4 millones de niños y niñas más que en 2021. Mientras tanto, hemos alcanzado casi la universalización del acceso a la escolarización primaria.   

Hace tan solo dos semanas, en la COP28 celebrada en Dubái, representantes de casi 200 países alcanzaron un acuerdo histórico para abandonar el consumo de combustibles fósiles. Por primera vez, la COP reconoció los efectos singulares y desproporcionados del cambio climático sobre la salud y el bienestar de la infancia, y propuso un “diálogo de expertos” sobre esta cuestión. 

Los logros de UNICEF en favor de la infancia en 2023 también me infunden esperanza.

En entornos humanitarios, esto incluyó llegar a más de 23 millones de personas con agua potable y vacunar a 27 millones de niños y niñas contra el sarampión. UNICEF y sus aliados también proporcionaron a más de 150 millones de niños y niñas servicios para la detección precoz y el tratamiento de la emaciación infantil en entornos de alto riesgo.  

Estos resultados me dicen que cuando damos prioridad a los derechos y al bienestar de la infancia, hay esperanza. Y me muestran que cuando nos centramos en llegar a los menores más vulnerables y desfavorecidos –los que viven en la pobreza, los afectados por conflictos, los discapacitados y las niñas– podemos crear mejores condiciones para todos ellos.      

Si nos guiamos por lo que ha ocurrido este año, 2024 tampoco será fácil y habrá más dificultades por delante. Pero podemos elegir ser valientes. Podemos optar por asumir compromisos audaces y tomar medidas decisivas para mantener la seguridad de la infancia. Y podemos invertir más en los sistemas y servicios que los niños y niñas necesitan para crecer y desarrollarse de forma saludable. 

Creo que los niños y niñas son como estrellas que brillan en el cielo nocturno y representan nuestra mayor esperanza para construir un mundo mejor y más pacífico. Debemos redoblar nuestros esfuerzos en su favor en 2024 y en los años por venir.

Fuente: UNICEF

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