Una escuela para los campesinos

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Una escuela para los campesinos que cultivan la tierra desde niños, abastecen las verdulerías del AMBA y no habían podido estudiar

En el 2017, Silvia Rodríguez decidió ir a la escuela. Tenía 47 años, cinco hijos y por las mañanas trabajaba junto a su marido en los cultivos de las tierras que, hasta el día de hoy, alquilan en las afueras de Mercedes, en el oeste de Buenos Aires.

Para ella, la educación nunca se trató de un derecho sino de un lujo que recién se pudo dar cuando consiguió más tiempo para hacerlo. Hoy, Silvia es una de los siete egresados de la primera promoción de una secundaria campesina creada en la ciudad de Luján, a unos 30 kilómetros de su casa. Al mismo tiempo, continuaba levantándose en la madrugada para trabajar entre los cultivos de tomates y luego asistir a sus clases por la tarde.

“Cuando mis hijos estaban en el cole, yo no les podía dar una mano y eso a mí me frustraba”, le cuenta Silvia a LA NACION en una llamada telefónica que hace mientras hace compras en el centro de la ciudad, donde sí tiene señal. Hace 20 años, Silvia llegaba a la Argentina desde Bolivia tras haber abandonado la primaria para trabajar en el campo junto a su familia.

“En Argentina el sistema educativo es accesible, pero en la ruralidad es muy complejo sostener la continuidad. Muchos campesinos no tienen la posibilidad de completar sus estudios, ya sea por factores de dinero, tiempo o hasta razones climáticas”, explica Gustavo Manfredi, coordinador del área de educación nacional de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT), la organización que en 2017 empezó a crear escuelas especialmente pensadas para que cursen los campesinos adultos que abandonaron los estudios básicos. En todo el país ya tienen 12 escuelas de educación inicial, primaria y secundaria pero Luján es la primera con egresados del nivel secundario.

La secundaria queda exactamente en la localidad de Jáuregui, en una de las colonias agroecológicas más grandes de la provincia de Buenos Aires. La escuela tiene una orientación en Agroecología, como para que sus estudiantes puedan poner en práctica lo que aprenden en su trabajo. Algunos de los egresados, que tienen entre 25 y 60 años, ya tienen planes de estudiar en la universidad.

“Fue una propuesta que me gustó porque mis compañeros eran como yo y nadie me iba a mirar ni a criticar por estudiar”, cuenta Silvia. Unos 20 años atrás, llegaba al país junto a su marido, Simón, y sus hijos, huyendo del mal momento económico que vivían en Bolivia.

En su país sólo alcanzó a estudiar “lo básico de la primaria”. Por eso, cuando en 2017 se le presentó la oportunidad de estudiar, sus maestros le pidieron volver a rendir los exámenes. “Aprobé todo y la profesora me preguntó si quería continuar estudiando. Le dije que sí porque para eso me había anotado”, recuerda Silvia.

“Mi marido siempre me apoyó y me dijo que a mí sí me daba la cabeza para estudiar, por eso tenía que hacerlo”, dice Silvia. Simón era uno de los mayores entre 12 hermanos y, cuenta Silvia, “no pudo terminar la primaria porque los mayores tenían que salir a trabajar”.

El abandono escolar en campo

En el campo hay mucho abandono escolar en el nivel secundario. Y si esto lo trasladamos al sector que produce alimentos es un número mucho más alto”, asegura Manfredi y continúa: “Es mucho más común de lo que cualquiera se imagina. El sistema productivo es así, se prioriza que los niños trabajen para poder comer. Y en el mundo rural las escuelas no suelen quedar cerca y no todos pueden viajar diariamente 40 kilómetros para ir al colegio”.

“Yo ahora pude terminar mis estudios porque tengo más tiempo para mí, porque mis hijos crecieron y me alentaron a obtener mi diploma”, cuenta Silvia, que tiene cinco hijos de entre 17 y 33 años. A ella todavía le pesa que durante su época en el colegio, no podía ayudarlos a terminar sus tareas o estudiar. “Lo único que podía hacer era llevarlos y traerlos”, dice.

En los tres años que duró su recorrido por la secundaria, hubo momentos en los que pensó que no iba a poder terminarla: “La matemática me volvía loca pero un profesor me alentó a seguir y hoy la entiendo perfecto”, asegura. Además, durante la pandemia encontró otro obstáculo: la falta de conexión a Internet. “Los profesores nos mandaban las fotocopias para estudiar por WhatsApp. Yo las imprimía y las resolvía en mi casa y después se las volvía a enviar. Si necesitaba conexión, iba al centro de Mercedes”, cuenta.

Durante tres años, todos los días, Silvia recorrió en moto los 30 kilómetros que la separan del secundario. La Nación

Entre sus compañeros, Silvia era la única que vivía fuera de la Colonia Agrícola “20 de Abril-Darío Santillán”, donde se ubica su secundario. Para recorrer los 30 kilómetros que la separan de la institución, Silvia ahorró para comprarse una moto.

“Yo tenía 40 minutos de viaje para llegar allá. Mis compañeros trabajan y viven ahí: un minuto estaban lavando la lechuga y al siguiente se sentaban a escribir”, dice. A pesar de las distancias y el trayecto, en todo ese tiempo solo faltó dos veces a clases.

“Mis compañeros tienen vidas similares”

“Cuando anuncié que iba a volver a estudiar muchos no lo podían creer y mis amigas me decían que estaba ‘loca’ por ir hasta Luján en moto. Cuando me dieron el título les dije: ‘¡Acá está la loca!’”, dice entre risas y orgullosa.

Antes de probar en la colonia de la UTT, Silvia había intentado ir a un colegio nocturno más cerca de su casa: “No me sentía cómoda, eran personas que no entendían nuestra vida en el campo. Acá encontré compañeros como yo con vidas muy similares a la mía”.

Olga, que tiene 55 años y finalizó la primaria hace unos meses en la Escuela 702 de adultos de la UTT en Mercedes junto a cinco compañeros más. Espera iniciar la secundaria este año para obtener su título en el 2027, completando los tres años de estudios que indica el programa. “Cuando me hablaron de la escuela yo dije: ‘¿Por qué no?’. Fue un desafío volver a aprender todo, fue como volver a mi infancia”, dice. La UTT agrupa a unas 22 mil familias productoras de alimentos dedicadas a la producción de frutas y verduras, entre otros productos.

La UTT agrupa a unas 22 mil familias productoras de alimentos dedicadas a la producción de frutas y verduras, entre otros productos. La Nación

Como Silvia, Olga recibe la ayuda de sus cuatro nietos para estudiar. “Antes no me animaba a dar este paso, sentía que me juzgaban cuando decía que quería hacerlo. Ahora estoy rodeada de personas como yo y el aula se volvió un lugar sagrado”, asegura y sigue: “Muchos de mis compañeros no sabían leer ni escribir y le pedían a sus hijos que les hicieran las cuentas. Ahora verlos hacerlo me emociona y yo siempre les digo ‘vamos por más’”.

Nuestros estudiantes son personas que viven en casillas, que pasan frío y se levantan a producir la comida que comemos nosotros. Es un sistema en el que el estudio pasa a un plano muy lejano”, dice Manfredi. Aún así, asegura que esto es algo que está cambiando para las nuevas generaciones: “Hay otra conciencia sobre lo educativo y los padres que hoy están estudiando de adultos apuestan más porque sus hijos puedan hacerlo en su niñez y adolescencia”.

Miguel es otro de los siete estudiantes que se egresaron junto con Silvia el año pasado. Además, es uno de los fundadores de la UTT y cursó la secundaria junto a su hijo. “Y su esposa, Rosalía, está aprendiendo a leer y escribir en la primaria de la colonia”, cuenta Manfredi.

Este año, los egresados de esta camada van a tener la oportunidad de continuar sus estudios gracias a un convenio con la Universidad de Luján

Este año, varios de los egresados evalúan continuar con sus estudios superiores. Desde la UTT firmaron un convenio con la Universidad de Luján para facilitarles el acceso y una educación que respete su trabajo y sus tiempos. “Varios intentaron asistir a la universidad pero no fue fácil: dedicarle tiempo al estudio y la vida en el campo no siempre es posible. La idea ahora es comenzar con diplomaturas y tecnicaturas acá”, explica Manfredi.

“Mi plan ahora es hacer algún curso de computación”, comenta Silvia. No sabe si lo usará para sus tareas en el campo o para algún otro trabajo pero está segura de que va a continuar en la producción de alimentos que “no cambiaría por nada”. “Años antes era muy difícil llegar a estudiar y tener todas estas posibilidades, hoy puedo seguir aprendiendo si así lo deseo”, asegura y, aunque no pudo hacerlo con sus hijos, hoy Silvia les ayuda a sus nietos con las tareas que les dan en el colegio.

Fuente: La Nación

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