Ser profesor: oficio para una complicidad trascendente

“Ser profesor: oficio para una complicidad trascendente”

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Prof. María Fernanda Villa
ISP Nº20 “Senador Néstor Juan Zamaro

“Para poder enseñar es necesario ser cómplice de una posibilidad trascendente: no hay oficio más privilegiado. Despertar en otros seres humanos poderes, sueños que están más allá de los nuestros; hacer de nuestro presente interior el futuro de ellos: esta es una triple aventura que no se parece a ninguna otra (…) Es una satisfacción incomparable ser el servidor, el correo de lo esencial, sabiendo perfectamente que muy pocos pueden ser creadores o descubridores de primera categoría. Hasta en el Nivel más humilde -el maestro de escuela-, enseñar bien, es ser cómplice de una posibilidad trascendente” George Steiner.

La invitación para escribir este texto fue con el fin de rendir homenaje a docentes y estudiantes en el mes del maestro y profesor. Un homenaje significa demostrar admiración y respeto hacia una persona. Comenzaré este escrito con una reflexión sobre la lectura de un texto de Jorge Larrosa (2020) “El profesor artesano” que me movilizó porque activó recuerdos de mi historia familiar. Mi abuelo y mi padre llevaron adelante durante toda su vida el oficio del panadero. Un oficio en el que se necesita un saber hacer, pero también un saber de la experiencia. En primer lugar, para ser panadero es muy importante tener un conocimiento de los aromas, los sabores, los colores y sobre todo de ese “mundo” que funciona dentro de un lugar llamado “la cuadra”. Para quienes no saben, “la cuadra” es el espacio en el que los panaderos practican su oficio. Allí hay diferentes jerarquías entre quienes trabajan y preparan sus productos. Cada uno de ellos maneja una pericia especial para combinar los ingredientes y generar la producción final. En ese lugar, si bien había una rutina, un hábito, no existía un proceder mecánico. Porque cada producto, cada pan, cada confitura eran únicas, irrepetibles y por supuesto, irresistibles. Lo que sí había era disciplina, constancia y responsabilidad. Un conocimiento, una entrega, una devoción por aquello que día a día se realizaba. El oficio de mi padre y mi abuelo fue su forma de vida.

Podría decir que en este oficio hubo transmisión de generación en generación. Hubo enseñanza de ese saber y ese saber hacer, como un modo de preservar esa forma de vida que tenía que ver con una historia, una familia, una cultura, una forma de habitar el mundo. Pienso muchas veces que esa “cuadra” era el refugio, el amparo del afuera, era el lugar donde mi abuelo y mi padre forjaron su identidad.

En principio, este relato no pareciera tener vinculación con la docencia, pero quizás pueda establecerse aspectos en común entre el oficio del panadero y el oficio del profesor. La paciencia, la constancia y la experiencia necesaria para llevar a cabo la labor. Además, ambos oficios se asemejan con el artesanado porque siempre se necesita de Otro para aprender, de su andamiaje, su acompañamiento hasta lograr la autonomía.

En estos tiempos, es de vital importancia reconocer, revalorizar, recordar y respetar la labor de quienes llevamos adelante el oficio de enseñar. Nos constituimos como profesores en las escuelas, en las aulas, en nuestros estudiantes, en los libros, en los proyectos, en los logros y también en las adversidades.

Nuestro trabajo es un oficio, una forma de vida en la que construimos nuestra identidad, nuestra forma de ser y estar en el mundo, en la que imprimimos nuestra huella subjetiva sobre nosotros y los Otros. Ser profesor significa ejercer nuestra tarea con devoción, con entrega, con respeto. Supone, según Jorge Larrosa (2018), asumir gestos mínimos, modestos, casi desapercibidos, sin espectáculos y artificios. Asimismo, Paulo Freire (1997) hace referencia a que enseñar exige humildad, tolerancia y respeto hacia los estudiantes, a su curiosidad y timidez. Si los vínculos se afianzan se generarán condiciones para que la educación, según Hannah Arendt sea una transmisión del mundo, una forma de habitar la vida.

Siguiendo en esta perspectiva del oficio del profesor, Alliaud y Antelo (2009) retoman a Dubet y plantean que la enseñanza está anclada en un oficio, en la medida en la que los individuos que lo realizan se los forma para actuar sobre otros, sobre las “almas de los otros”. Quien enseña tiene como meta transformar a los otros.

Enseñar hoy, en contexto de pandemia, implica posicionarse en un escenario educativo complejo y de reinvención a los fines de irrumpir e intentar otras formas de sostén y lazo. Es decir, nuevas formas de amparo ante la virtualidad y/o distancia.

Desde los institutos de formación docente apostamos a formar profesores que sean buenos anfitriones de los escenarios educativos que transiten, y si esto sucede tendrán más posibilidades de ser cómplices de esa posibilidad trascendente que menciona George Steiner. Profesores que se relacionen con el saber de manera compleja, sea desde el conocimiento de la disciplina, no de manera enciclopedista, sino conscientes de que son saberes de una época. También es primordial la pasión por enseñarlo y la paciencia del artesano para despertar el interés por el saber en todos y todas las/ los estudiantes.

Por ello, el desafío de ser profesor en el nivel superior requiere pensar a la enseñanza como una acción política, una instancia de transmisión, de pasaje, de espacios donde se habilita lo posible, aquello que tiene que ver con el orden de la novedad. Una enseñanza que no quede ligada al terreno de la repetición y la mimetización, obstructora de la capacidad de reflexión.

Citando a Hausson (1996) “transmitir es ofrecer a las generaciones que nos suceden un saber vivir” y esta afirmación se relaciona con la tarea de enseñar en el sentido de poner a disposición elementos de la cultura para que el sujeto que aprende pueda tomar de allí aquello que lo identifica, lo cual no quiere decir que lo reproduzca, de lo contrario no sería transmisión.

En estos tiempos de reinvención de las instituciones educativas, los profesores intentamos convertir nuestras pantallas en ventanas que posibiliten a los estudiantes aventurarse al mundo, al conocimiento, a otras formas de visualizar el camino. Como la escena de la película “La lengua de las mariposas” en la que el maestro con su paciencia, su constancia, su tiempo, le muestra al niño las maravillas de la naturaleza. Y en esa experiencia el profesor transmite el amor por el mundo y presenta a la escuela como un entramado de hilos de esperanza.

Bibliografía:

 Alliaud, A. (2009) Los gajes del oficio. Enseñanza, pedagogía y formación. Editorial Aique. Buenos Aires

Alliaud, A. (2017) Los artesanos de la enseñanza: Acerca de la formación de maestros con oficio. Editorial Paidos Buenos Aires.

Freire, P. (1997) Pedagogía de la autonomía. Editorial Siglo XXI. Buenos Aires

Hausson, (1996) Los contrabandistas de la memoria. Ediciones de la Flor. Larrosa, J. (2018) P de profesor (con Karen Rechia)

Noveduc. Buenos Aires Larrosa, J. (2020) El profesor artesano.

Noveduc. Buenos Aires Película La lengua de las mariposas (1999) Director: José Luis Cuerda.

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