“Quiero tener un buen trabajo”

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Jesús Videla, a  los 11 años trabajó cortando piedras, está en la secundaria y su sueño es ser abogado, tiene 14 años, vive en el paraje Balde La Isla y todos los días hace 30 kilómetros para llegar a la escuela; la bici que tenía se le rompió y necesita una nueva para poder llegar solo

Después del primer día, le dolía todo el cuerpo. Cuando tenía 11 años, su papá lo llevó a trabajar con él a cortar piedras en una cantera. Jesús Videla copiaba lo que hacían los más grandes, personas que llevaban más de treinta años haciendo esa tarea agotadora. Fueron meses de estar al rayo del sol, los músculos cansados.

“Es muy pesado. Yo ayudaba a cargar y a cortar nomás. Me salí a los 12 y después me puse las pilas con la escuela. Prefiero estudiar”, dice este adolescente desde su casa en Balde de la Isla, San Luis, con sonrisa conquistadora.

Ahora tiene 14 años, cursa 3er año en la escuela secundaria de El Trapiche y apuesta a la educación: su sueño es convertirse en abogado. “Me gusta porque defienden a alguien o acusan a las malas personas. Primero quiero terminar la escuela”, afirma convencido.

Todos los días hace los 20 kilómetros que separan su casa de la escuela, por un camino de tierra imposible. “La vida es media dura pero se puede. Están feos los caminos y hay escasez de agua. Ahora está más o menos el camino porque pasó la máquina pero cuando sabe haber tierra es feo porque abajo hay pozos y podes pinchar la rueda”, cuenta Jesús.

Trapiche es una localidad ubicada a 40 kilómetros de la ciudad de San Luis, conocida por sus diques y muy visitada durante el verano. Tiene una población estable de 5.000 personas, que puede llegar a 20.000 en los meses de diciembre, enero y febrero. “Tiene varios parajes como La Bajada, Balde de la Isla, La Florida, Paso del Rey, y Río Grande, entre otros. Desde el 71 que no tenemos una crisis hídrica como la que se vive hoy en la provincia. Los caminos y el transporte son otras dificultades. En esta época de invierno el camino se empieza a secar, y los camiones que sacan las piedras también lo rompen”, señala Juan Manuel Rigau, intendente de El Trapiche.

Como el transporte público no llega hasta esta zona rural de casas desperdigadas, Jesús va en bici hasta un kiosco en Riocito (una localidad cercana) y ahí se toma un colectivo hasta la escuela. “La bici de mi papá se me pinchó y la que me prestaron en la escuela se le rompió el volante así que hay días en que vuelvo caminando. Cuando llueve me llevan y me van a buscar mis papás. El auto está roto y la moto también”, agrega Jesús.

Su mamá Gladys empieza a preparar unas tortas fritas para el desayuno. Jesús se ocupa de prender el fuego y pone a derretir la grasa. “¿Pusiste el fierro en el fuego, hijo? Lo tenés que poner atravesado. Hace mucho frío”, dice su mamá moqueando. Al lado, su papá Paulino, toma unos mates dulces.

“La escuela es muy lejos. A veces uno no lo puede ir a buscar a la tarde y él se viene caminando. Es una hora y media más o menos. Se levanta mucho el guadal y uno no sabe por dónde encarar con la moto. Y si agarra una piedra, se da un porrazo. Cuando llueve también es difícil por el barro”, cuenta Paulino sobre los desafíos de llegar a la escuela. Además, está el factor económico del combustible si lo llevan en moto o camioneta.

Trabajar en la piedra

Jesús es el menor de tres hermanos y el único que queda viviendo con sus papás en la que supo ser la antigua escuela del pueblo. Ahí mismo Gladys y Paulino hicieron la primaria y cuando se construyó una escuela nueva, los dejaron quedarse a vivir. “A donde estoy viviendo no es mío. Lo que me gustaría tener sería mi propia casa para que el día de mañana cuando Jesús sea grande, le quede a él. Con lo que yo gano no me alcanza para hacerme una casita”, cuenta Paulino, que tiene 66 años y el cuerpo maltratado.

Cuando él era chico, no había secundaria en la zona y su único futuro era la cantera. “Acá es el único laburo que hay. Hay chicos que han empezado mucho más chicos que yo, de 10 años que ya están haciendo ese laburo tan pesado. Es todo sacrificio. Aparte que es peligroso también porque puede cortarse una mano, un pie, se te puede quebrar si se te cae una piedra”, dice este hombre que trabaja en negro y afirma que no le alcanza. “Es un trabajo que nunca se pagó bien. Uno deja la vida ahí. Me pagan miseria. Una buena semana son $15.000 pero en general se saca menos. Yo quiero otro futuro para mi hijo”, agrega Paulino.

Las familias en general viven de ser puesteros de algún campo, tienen sus animales, cobran planes sociales o trabajan en las canteras de piedra que hay en la zona. Jesús ve el esfuerzo que hacen sus papás todos los días. Su mamá tiene un kiosco en su casa y cuida los pocos animales que tienen en un campo vecino. “El laburo de mi viejo es muy sacrificado, él ya es muy mayor y trabajó toda la vida para otros. El cargaba, le pagaban y recién ahí tenía la plata. Yo si estudio voy a poder conseguir un trabajo mejor”, dice Jesús.

La primaria la terminó en Balde de la Isla y como no había secundaria, se fue a hacer la secundaria a El Trapiche. Actualmente ya existe una opción de secundaria cerca de su casa pero Jesús ya se acostumbró a sus compañeros y no se quiere cambiar. “Al principio me costó un poco el cambio. Había chicos que me hablaban y de a poco me fui soltando. Las materias que más me gustan son Educación Física, Lengua, Biología y Artística. La más difícil es matemáticas”, dice entre risas, mientras va a buscar el boletín de la escuela para mostrar sus notas: 10 en Lengua. 9 en Lengua Extranjera (Inglés), 8 en Educación Física, 8 en Biología. “Matemática hay que levantar”, dice y se vuelve a tentar. Una de sus hermanas vino de visita con su pareja y su sobrino y Jesús le juega a la pelota. Las tortas fritas ya circulan por entre la familia.

Durante la pandemia Jesús se atrasó bastante con la escuela. Como no tenía Internet, se iba a la casa de los vecinos a pedirles que lo dejaran conectarse. Con mucho esfuerzo, sus papás lograron comprar una antena para su casa, y de poco pudo ponerse al día. “La señal de teléfono casi no llega e Internet pusimos con la pandemia porque yo lo necesitaba para poder hacer la tarea”, recuerda.

En la escuela le dieron una computadora y sus papás le consiguieron un teléfono para que se pudiera comunicar si le pasa cualquier cosa en el camino. “Es muy inteligente. Todas las maestras me decían que hiciéramos el esfuerzo para que él estudie porque es muy capaz. El otro día me dijo que quería ser abogado. Es una carrera larga. Si él se pone las pilas, ojalá lo logre. Sería un orgullo enorme para nosotros”, dice Gladys.

A Rigau la historia de Jesús, principalmente, le inspira muchísimo respeto por su sacrificio, por su abnegación y por sus ganas de superarse. “Respeto para él y para su familia. Porque sus ganas de seguir hablan de que tiene el respaldo de su familia. Ha habido alguien ahí que ha empujado ese carro. Como muchísimos otros pobladores que también acompañan a sus hijos. El desafío es hacer mejorar las cosas para que los chicos tengan mejores oportunidades”, dice.

Una casa de adobe

La casa de Jesús es de adobe y techo de chapa, tiene el baño afuera y el agua la sacan de un pozo que tienen a unos metros. Para tener agua caliente hacen fuego y se bañan con un fuentón. “Hace bastante que no llueve y tenemos poca agua. Me gusta el campo. Mi mamá me hace ayudar a hacer la comida, buscar agua, darle de comer a las gallinas y a los caballos”, cuenta Jesús.

En Balde de la Isla viven solo veinte familias y las distancias son largas. “Lo más lindo de estar acá es el silencio, cuando dormís no hay ningún sonido que te moleste. Los loros se escuchan de noche, es lo único”, agrega un Jesús enamorado de su lugar.

Por eso lo que más lo sorprendió de El Trapiche fue el ruido. En la secundaria tiene 30 compañeros en su aula. “Todos los días entro después del mediodía menos los lunes que arranco a las 10 y me quedo hasta la tarde. Salgo a las 8:00 para llegar a tiempo. En invierno me abrigo bien y salgo igual”, dice Jesús. Este año nevó en la zona, y las temperaturas llegaron a bajo cero.

Antes de almorzar, le toca ir a darle de comer maíz a la yegua y al potrillo e ir a buscar agua con los baldes. “Mi mamá tiene veinte vacas en un campito, le pide permiso a un señor para que le preste agua para darles porque allá no hay”, cuenta Jesús, que siempre vivió solo con sus padres.

Es que la falta de agua es un problema serio en la zona. Casi no llovió y eso hizo que se secaran las vertientes y arroyitos que alimentaban las casas de los pobladores. En esos casos, la municipalidad llega con camiones para rellenar los tanques de agua comunitarios.

Sobre la posibilidad de que los jóvenes de las zonas rurales terminen la secundaria, Rigau señala que no solo tienen que superar el escollo de poder llegar físicamente hasta la escuela, sino que también está la dificultad de que muchos de ellos trabajan ayudando en la cría de animales. “Eso hace que a veces abandonen. Se tienen que levantar dos horas antes, hacer todo el recorrido, no tienen agua corriente. La gente a veces no toma dimensión de ese esfuerzo. El desafío está en poder en lo poco agregar una pizca de nobleza al mundo para que todos los niños puedan tener una infancia más feliz, tengan zapatillas, puedan ir a la escuela, puedan tener agua y puedan sonreír”, agrega.

Si Jesús pudiera pedir tres deseos serían los siguientes: “que a mi mamá le fuera bien, que mi papá tuviera un buen trabajo y que arreglen el camino así puedo ir solo a la escuela. Me gustaría irme a estudiar a San Luis. Si tengo la posibilidad de volver, lo haría”, resume.

Paulino tiene todas las fichas puestas en su hijo: “A mí lo que me gusta para el futuro de Jesús es que él siga estudiando y que él llegue a ser lo que yo no pude ser”, dice ilusionado.

Fuente: La Nación

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