¿Qué nos pasó cuando volvimos?

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Un balance del regreso a la educación presencial

Durante el 2020, una de las frases más escuchadas por los especialistas en educación fue “Esto llegó para quedarse”. Quienes trabajamos en Educación a Distancia nos preguntamos a qué se referían exactamente. ¿Qué había llegado para quedarse? ¿Las clases sincrónicas, la superposición del tiempo familiar con el tiempo de estudio o trabajo, la autonomía de los y las estudiantes para la resolución de las tareas, las familias mediando dentro de una situación de enseñanza?

Evidentemente esa idea de destino ineludible sacaba del análisis el hecho de que todos y todas estábamos adaptándonos a una situación completamente excepcional, y que ese esfuerzo desmedido no podía sostenerse en el tiempo. Pero, además, que el mundo cotidiano que dejamos en 2019 tenía muchísimo valor.

Sobre finales del 2021 y más fuertemente en 2022 quedó claro que no podíamos volver al 2019 pero tampoco podíamos sostener lo que habíamos hecho en 2020 y que articular “lo mejor de los dos mundos” era una tarea mucho más compleja que lo que podíamos imaginarnos. Ni nuestros estudiantes ni nosotros éramos los mismos.

Estábamos cansados, nos costaba recuperar viejas rutinas, habían cambiado muchas prioridades y organización de la vida cotidiana eran diferentes.

Muchas personas no habían podido adaptarse y aún aquellas que lo hicieron traían un costo emocional alto. Es decir que volvimos a encontrarnos, pero sin el tiempo para reconocernos y pensarnos en esa transformación. Sin tiempo para analizar y pensar qué había pasado y cómo queríamos o podíamos seguir.

Los aprendizajes que nos quedaron de ellos

Hubo muchísimos: la alfabetización digital de los y las docentes, por ejemplo. También la producción de contenidos que siguen a disposición de los y las estudiantes aún hoy: los docentes youtubers y tiktokers son un ejemplo excelente de cómo pudieron llegar a los lenguajes y plataformas que les son más habituales a las nuevas generaciones. Otro aprendizaje es la alianza entre familias y escuela para sostener la situación de emergencia.

Ninguno de estos aprendizajes fueron, sin embargo, carentes de conflictos y parte de pensar la educación post pandemia es ponerlos en discusión.

También se revalorizaron las instancias presenciales, el rol docente como mediador de los aprendizajes, la necesidad de sostener un tiempo y un espacio específico para la enseñanza y el aprendizaje. En ese sentido es importante pensar propuestas que valoren lo presencial y resinifiquen lo virtual/digital.

Valorar las plataformas para poner a disposición de los estudiantes contenidos que puedan permitirles elegir recorridos en función de sus necesidades e intereses y, al mismo tiempo, generar espacios de interacción con otros, con sus propios intereses y necesidades, será una parte fundamental de la planificación de la enseñanza en el futuro.

Desafíos para el 2023

La evidencia de que los aprendizajes no se habían logrado de la misma manera, el deterioro de la socialización y el avance de los problemas de salud mental nos aterrizó a una realidad muy diferente. Gran parte de las conversaciones en cada uno de los niveles educativos tiene que ver con cómo seguimos enseñando.

Un desafío prioritario para el próximo año es hacer un buen diagnóstico de dónde estamos y una planificación estratégica de cómo recuperamos aquellos aprendizajes que no pudieron ser logrados. En estos momentos, la universidad está atravesando un gran debate acerca de la normalización de las clases por videoconferencia: lo sorprendente es que ese debate no esté atravesado por la pregunta acerca de los tipos de aprendizajes que se lograron a través de esta dinámica. Es decir, se discute el uso de una tecnología sin saber cuáles son las condiciones didácticas de esa modalidad que posibiliten el aprendizaje.

Hay que priorizar qué es lo fundamental que tienen que saber nuestros estudiantes y diseñar acciones sostenidas para acompañar ese proceso. Estas acciones tienen que ser didácticas, pero también de articulación con equipos de salud y de asistencia social para atender integralmente a las infancias y las adolescencias.

Evidentemente no son cosas que los y las docentes puedan hacer en soledad. Por eso es importante pensar colectivamente para capitalizar lo aprendido, que todo el esfuerzo pueda escalar pero enfocado en potenciar aprendizajes. Hacen falta políticas públicas, pero también lineamientos institucionales que permitan dar estas discusiones y tomar decisiones colectivas y la ampliación de redes profesionales que potencien experiencias, que se retroalimenten de ideas y recursos para acompañar la compleja tarea de enseñar en este contexto.

Fuente: Infobae

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