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La valentía de un maestro colombiano redujo los niveles de violencia en Ciudad Bolívar

Con un método innovador basado en técnicas de respiración y meditación, y apelando al reconocimiento del otro, Alexander Rubio Alvarez logró reducir la violencia física entre sus estudiantes. Fue reconocido como uno de los docentes más importantes de América latina y su modelo se presentó en escuelas de más de quince países

Se llama Alexander Rubio Álvarez y da clases de Educación Física en el Colegio Rodrigo Lara Bonilla, de Ciudad Bolívar, una de las zonas más vulnerables en la periferia de Bogotá, donde gran parte de la población llega escapando del narcotráfico y la barbarie de los grupos armados. En ese entorno, la educación puede ser una herramienta de promoción social, pero a la vez es complejo de mostrarla como tal: cómo pensar en el futuro cuando el presente se muestra con una crudeza definitiva. En ese contexto, Rubio Álvarez encontró una manera disruptiva, innovadora. Y conmovedoramente eficaz.

Muchas veces —quizá: siempre— el cambio requiere de una cuota muy alta de valentía. “Desde el cuerpo es muy potente lo que podemos hacer”, dice Rubio, “si salimos de la zona de confort”. En su caso, salir de ese lugar esperado fue plantear un espacio en donde el cuerpo y la mente se unieran en una dimensión integral a través del yoga y de ejercicios de meditación y respiración. La propuesta simple pero revolucionara, fue ayudar a los estudiantes a que se puedan reconocer y reconocer a los demás. A partir de ahí, el cielo es el límite: los alumnos pudieron sacarse de encima el estigma social y los destinos que tenían como ya marcados. La educación modificó el esquema de relaciones tanto dentro del aula como afuera.

Rubio Álvarez fue finalista del Global Teacher Prize que entrega la Fundación Varkey, recibió el Global Education Award en la India y, hace unas semanas, el premio World Fair Play de la Asociación Mundial de Juego Limpio que el Comité Olímpico Internacional entrega a propuestas que han logrado tener transformaciones en comunidad. “Ayudamos a disminuir la violencia”, dice Rubio, “llevamos la propuesta a otros 25 colegios en Bogotá y compartimos la experiencia en otros dieciséis países.

Alexander Rubio Álvarez (el primero de la derecha) recibe una distinción por su trabajo innovador en docencia

¿Qué es la pedagogía del loto?

—El loto es una flor que emerge del fango, que emerge de las situaciones de conflicto. Esta pedagogía incorpora el cuerpo y el manejo socioemocional. ¿Qué quiere decir eso? Relacionarse consigo mismo y con los demás de una manera asertiva. Pertenece a las soft skills, que son muy importantes porque permiten el trabajo colaborativo, el trabajo en equipo, el trabajo de resiliencia y, ante todo, el manejo personal. Si tienes bien estos manejos, las hard skills como las matemáticas, las ciencias, la comunicación, empiezan a armonizarse. La pedagogía del loto tiene tres elementos, tres pétalos: la respiraciónel pensamiento proactivo y el actuar con amor. Con esto hemos logrado unos cambios enormes.

¿Cómo se puede trabajar cuerpo y mente como una integralidad?

—En el mundo epistémico, está la corporalidad y la corporeidad. La corporalidad es netamente el cuerpo; la corporeidad utiliza estos otros elementos para comprender al ser humano. El cuerpo es un lenguaje corporal y uno lee al niño introvertido, al que tiene dificultades motoras, al que tiene problemas de relación. Yo me di cuenta de muchos chicos que tenían dificultades y problemas de maltrato solamente con el cuerpo. ¿Cómo cambié la relación con el cuerpo? Con el trabajo de respiración y meditación al inicio de la clase. Si en la clase de Educación Física íbamos a trabajar la resistencia, la podíamos pensar como el Test de Cooper o podíamos ir más allá: resistirse a no ser mediocre, resistir la tradición, resistir la cultura. Correr es meditar en movimiento.

Si en la clase de Educación Física íbamos a trabajar la resistencia, la podíamos pensar como el Test de Cooper o podíamos ir más allá: resistirse a no ser mediocre, resistir la tradición, resistir la cultura. Correr es meditar en movimiento.

¿Cómo se promueve esa meditación?

—En la clase incorporé tres momentos. La clase dura dos horas: el momento de meditación dura quince minutos, luego hacemos el resto de las actividades y al finalizar la sesión escribimos todo lo que hemos sentido, todo lo que trabajamos y cómo eso nos construye como ser humanos. En mi escuela, los chicos aprendieron posiciones de yoga y se las enseñaron a los demás. Y cuando corren o juegan, yo les muestro que es un momento en que se comparte con el otro, no importa si ganas o pierdes, lo importante es lo que se está generando. Eso disminuyó los conflictos del colegio, porque antes, si ganaban o perdían, los chicos sacaban machetes para agredirse.

¿Machetes?

—Sí, machetes: los cuchillos largos.

¡Pero se podían matar!

—¡Claro, por eso el susto! Me tocaba estar pendiente de que no sacaran machetes ni armas blancas. Este trabajo ayudó a que se desarmaran y a que se dieran cuenta de que podían hacer cosas distintas. Hicimos dos actividades que fueron récord Guinness: una clase de 36 horas y otra con 5.000 estudiantes. Antes salían en las noticias por agresiones, por violencia o muerte; ahora, venía la BBC de Londres, venía Telemundo y venían periódicos a entrevistarlos.

Un encuentro de meditación grupal

En el libro 50 docentes que están transformando la educación hay un trabajo tuyo que dice que el docente debe tener la mente de principiante. ¿Qué significa eso?

—En los conceptos orientales, es como llevar la taza vacía dispuesta a ser llenada por el otro. No hay que creer que, por ser maestro o maestra, ya te sabes todo, sino estar dispuesto a aprender en comunidad. Yo tuve que aprender a relacionarme con mis estudiantes, aprender su lenguaje simbólico y sus códigos, y aprender a enriquecerlo. Una de las ventajas de ser maestro es sorprenderse con cada cosa que sucede en el acto educativo. Es estar dispuesto a inspirar y a innovar con cada acción, porque, cuando no llegas así, impones tu pensamiento y tus metodologías. Yo me encontré que tenía que adaptarme al entorno. Reaprender, reorganizar y buscar otros caminos.

¿Qué ejercicios tiene que hacer el profesor para no perder esa mente de principiante?

—Muy buena pregunta. Habitualmente los docentes decimos “Tengo diez años de experiencia”, “Tengo veinte años de experiencia”. Pero quizá son veinte años repitiendo la misma clase. Distinto es decir que tienes veinte años de experiencia de aprendizaje. Eso supone estar con la perspectiva abierta; cambiar los hábitos. Yo hasta he cambiado las preguntas. No les pregunto: “¿Cómo estás?”, sino: “¿Cómo te sientes al día de hoy?”, que da pie para otras conversaciones. Al cambiar las preguntas descubrí qué niño sufría de ansiedad, qué niña estaba embarazada, qué niño consumía droga, cuál sufría depresión. También empecé a incorporar las emociones, con las que vivimos toda la vida. Las emociones no son buenas ni malas; lo bueno o malo es lo que hacemos con ellas como respuesta.

Sin embargo, parecería que en la enseñanza, el manejo de las emociones siempre queda subordinado respecto al de otros saberes.

—No había ninguna asignatura que tuviera en su currícula el trabajo de las emociones y tampoco los profesores recibían en su formación algo que tuviera relación con la regulación emocional. Nosotros no trabajamos con máquinas, sino que trabajamos con seres humanos que se emocionan, y muchas de las situaciones de conflicto en la escuela se daban porque no se regulaban las emociones. Un estudiante golpeaba a otro y, cuando yo ahondaba citando a los papás para contarles la situación, ellos me decían que les habían enseñado que si alguien los golpeaba ellos tenían que golpear más duro. Era un tipo de cascada negativa emocional que los profes no sabían trabajar. Nuestras clases tienen una relación con el cuerpo. De hecho, si fuera matemático, enseñaría desde la emoción también.

¿Cómo se transformó la escuela a partir de la Pedagogía del Loto?

—Las situaciones iníciales eran de violencia simbólica y de maltrato físico. Con ese proyecto, logramos generar un oasis respecto de la realidad que rodeaba al colegio y eso transformó totalmente la relación. Mis estudiantes tienen un lenguaje corporal distinto, les va bien en los exámenes académicos y el 80% de los graduados continúa sus estudios en la universidad; ya no están metidas en problemas de narcotráfico ni bandas criminales. Hoy el colegio es uno de los mejores que tenemos en Bogotá; es el colegio a dónde va el presidente. Lo más bello es que si uno sensibiliza a los docentes, transforma la comunidad. He tenido la posibilidad de hablar con el presidente y con otros mandatarios y mostrarlas que desde la educación es posible generar transformaciones positivas en el mundo.

Fuente: Infobae

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