La escuela hospitalaria, una esperanza para el niño internado

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Además de impartir lengua o matemática, las escuelas hospitalarias cumplen un rol fundamental con los chicos internados: los ayudan a recuperar el deseo de aprender, crear y jugar.

Todo niño tiene derecho a la salud y a la educación. Para cumplirlos están las escuelas y los centros de salud. ¿Qué ocurre si un chico no puede asistir a clases porque en su vida cotidiana irrumpió una enfermedad que lo obliga a estar largo tiempo en un hospital o bajo un tratamiento que le exige determinadas condiciones de asepsia? Un hecho tan tremendo podría cortar de cuajo su infancia, sumirlo en una gran tristeza, retrasar o hasta truncar su educación, es decir, dejar en pausa sus ganas de vivir.

Por eso, las escuelas hospitalarias y domiciliarias son mucho más que la continuidad de la actividad curricular que el pequeño se vio obligado a dejar para curarse: son también el espacio que permite reconectarlos con lo que dejaron afuera, trascender muros, sueros y pinchazos, para crear, planificar, sociabilizar y volver a reír.

ENSEÑANZA PERSONALIZADA

Dado que las circunstancias de los alumnos pacientes son especiales, la educación también es de modalidad especial. Los docentes cumplen con el cronograma oficial del ciclo lectivo y entregan informes o boletines, pero los chicos no tienen la cantidad de horas estandarizadas de las escuelas ni se sientan en un pupitre en un aula mirando hacia el pizarrón. “Las clases se imparten al pie de la cama, por la tarde, son personalizadas y duran unos 20 minutos.

Los docentes les dejan tareas, algo muy importante para ellos ya que saben -y quieren- que sus maestras vuelvan”, explica Perla Cohen, directora de la Escuela Hospitalaria N°1 del Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez.

Los médicos visitan a sus pacientes para brindarles el tratamiento y actualizar los informes por la mañana, así que en esas horas los docentes las aprovechan para dar los talleres para pacientes ambulatorios, y por la tarde imparten las clases a quienes no pueden moverse de sus unidades. “Los maestros tenemos asignadas distintas unidades. Yo estoy en Urología, Nefrología, Diálisis y Oncología. Siempre tengo que higienizarme bien las manos y ponerme barbijo para ver a mis alumnos; en algunos casos también debo ponerme camisolín y guantes para no llevarles gérmenes y bacterias”, cuenta Inés Bulacio, docente en la Escuela del Hospital Gutiérrez y nominada por el Global Teacher Prize como una de las 50 mejores maestras del mundo (ver recuadro).

El niño queda inscripto en la escuela en cuanto se interna. “A diario hacemos un relevamiento de nuestros alumnos pacientes. Si hay uno nuevo, hablo primero con los médicos sobre su patología y el tiempo estimado de internación. Luego, me presento a los familiares y después le imparto una o dos clases. Si la internación dura más de una semana nos contactamos con la escuela de origen; hablamos con su maestra y los directivos para que nos pasen los contenidos curriculares. Como la idea es que pueda reinsertarse en su grado, siempre tratamos de darles lo mismo que verían en la escuela adaptando los contenidos a las circunstancias que están viviendo”, explica Inés.

A veces, por la condición de la enfermedad, los chicos han perdido ciertos aprendizajes y no se encuentran en el mismo nivel que estaban antes de que irrumpiera la patología. Se bloquean. Muchos también tienen un enorme desarraigo ya que no sólo abandonaron sus casas para pasar tiempo internados, dejaron también sus provincias, sus pueblos y hasta sus países. En todos los casos contenerlos y respetar sus tiempos es fundamental. “Ellos quieren superar esta atmósfera dura y nosotros, los docentes, tenemos el compromiso de prepararlos para la vida y que logren sacar lo mejor de esta vivencia adversa”, sintetiza Inés.

Y vaya si lo logran. Quienes más notan los cambios de humor en los pacientitos son quienes más tiempo pasan con ellos y sus familias: las enfermeras. “Los chicos están encantados porque no es la misma escuela a la que están acostumbrados a ir y porque trasladan su patología a un juego. Apenas terminan de comer preguntan: “¿y la maestra cuando viene?”, cuenta Norma Beatriz Del Pino, Jefa de Enfermeras del Servicio de Urología. Y subraya que no sólo los chicos cambian de humor y están más predispuestos a recibir los medicamentos, sino que también sus madres se relajan y participan en los juegos y los talleres. “Es un rato que pueden estar fuera de lo que les pasa.

A todos nos hace bien la escuela, niños, madres, enfermeras, médicos, aprendemos las canciones que traen las maestras y las cantamos con alegría. Tan bien la pasan que hay chicos que aunque les hayan dado el alta ¡no quieren irse del hospital! Otros incluso vuelven, no porque estén enfermos, sino que vienen a hacer los talleres y a contar sus historias para darle ánimo a los internados”, dice Del Pino.

“Ser maestra hospitalaria es mi lugar en la docencia”

INÉS BULACIO
Inés Bulacio tiene una mirada afectuosa y encendida, habla con entusiasmo, cadencia dulce y modulación bien clara. Llega a la cita unos minutos más tarde pidiendo disculpas, aunque su retraso está más que justificado ya que en vísperas de fiestas, pasa por las unidades a saludar especialmente a cada uno de sus alumnos.

En estos días la agenda de la “seño Inés” está más ocupada que nunca. Entre los cierres de boletines, informes y demás cuestiones curriculares, diciembre es un mes complicado para los docentes, pero Bulacio se las arregla para atender además a los medios y a los agasajos que le hacen sus colegas y médicos. Es que acaba de ser nominada como una de las 50 mejores docentes del mundo por el Global Teacher Prize, una especie de Premio Nobel para maestros. Fue seleccionada entre ocho mil postulantes de 148 países.

Su nombramiento se debe a la originalidad con la que encara su labor y a los resultados que obtiene. Su trabajo consiste en ver los contenidos de las materias escolares como lengua, matemática, sociales y naturales a través de medios audiovisuales produciendo cortos animados y programas radiales. “De esta manera se ven temas como ciudadanía, lenguaje, ciencia, respeto a la diversidad. Los chicos asumen distintos roles, algunos aprenden a editar lo que ellos mismos grabaron, otros arman el guión para la radio y los que no pueden asistir al programa salen grabados; los que sí pueden salir de su unidad van a la capilla (donde está instalada la radio) y salen en vivo.

Este tipo de proyectos favorece la diversidad, escuchar, respetar y compartir las ideas de cada uno en función de un proyecto colaborativo e interdisciplinario”, explica Inés. Todos participan; los chicos, los voluntarios, los maestros, los enfermeros, los familiares y hasta los médicos, que les encanta que los pequeños les hagan reportajes. “Cada miembro de la comunidad aporta algo”, enfatiza y cuenta que una de las secciones favoritas de sus alumnos es radioteatro. “Les fascina elegir la obra, adaptarla, ponerle los efectos sonoros, actuar, cantar. Por ahí estamos hablando de San Martín, pero de este modo se divierten y aprenden”.

La mayoría de los temas a tocar salen por iniciativa de los propios chicos. “Por ejemplo, uno de ellos está preocupado porque en el lugar en donde vive escasea el agua o está contaminada, entonces socializamos esta inquietud y hacemos un corto o un segmento de radio”, explica y dice con entusiasmo: “con este proyecto ya no utilizan las nuevas tecnologías de manera pasiva, sino que lo hacen de forma creativa, las incorporan, se las apropian y se vuelven productores, productores de cultura”. Ya llevan realizados más de 25 cortos y muchos de ellos fueron premiados en diferentes festivales.

Hace 30 años que Inés Bulacio se dedica a la docencia, 10 de ellos como maestra hospitalaria y domiciliaria. “Ser maestra hospitalaria es mi lugar en la docencia. Es muy emocionante ver a mis alumnos y sus familias apostando a la vida, tratando de superarse, a trascender más allá de la enfermedad”.

VIDEO ANTIINFECCIONES

Si bien el procedimiento es sencillo, hacerse la diálisis peritoneal requiere de un minucioso cuidado higiénico. Preocupada por la cantidad de infecciones que encontraba en el consultorio debido a los cuidados incorrectos en la manipulación de los instrumentos que realizaban los pacientes ambulatorios, una médica le pidió ayuda a Bulacio. Aunque las explicaciones por parte de los profesionales siempre fueron claras y sencillas, evidentemente no eran suficientes; no es lo mismo realizar todos los pasos con la supervisión de un médico que hacerlos solos en casa.

Inés Bulacio y sus compañeros pusieron manos a la obra. Aprovecharon los largos y aburridos momentos de espera entre análisis y estudios que tienen los pequeños pacientes ambulatorios y sus familiares que los acompañan para armar juntos un video didáctico. Entre esos lapsos docentes y familias produjeron: “Aprendo a cuidar mi cuerpo en la diálisis peritoneal”. “Tardamos un año y medio en producirlo, miramos por microscopio virus, bacterias y ellos mismos con la técnica de stop motion fueron realizándolo. No sólo bajaron muchísimo las infecciones, sino que además ese tiempo tedioso y triste de espera se transmutó en momentos de juego, de aprendizaje y alegría”, cuenta Inés.

Por considerarlas un gasto innecesario, en la última dictadura militar se cerraron todas las Escuelas Hospitalarias de la Argentina. La única que siguió en pie fue la N°1. Con el regreso de la democracia, poco a poco se reactivaron las clases en los hospitales. Se creó en 1989 la Escuela Hospitalaria N°2 en el Garrahan y la N°3 en el Elizalde en 2003. Actualmente en la Argentina hay en total 34 escuelas hospitalarias y domiciliarias.

Fuente:

Editorial Conexión; La escuela hospitalaria, una esperanza para el niño internado Revista Conexión Andrómaco N°29; 8-11; (2016)

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