“Hay que volver a la cultura del esfuerzo y el mérito para recuperar a la universidad argentina”

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Marcelo Rabossi es una voz autorizada si de universidad se habla. Desde hace años, después de doctorarse en Educación en la State University of New York y de recibir el premio a la mejor tesis doctoral, investiga el tema en profundidad en la Universidad Torcuato Di Tella, donde también da clases. Rabossi tiene una mirada crítica, por momentos punzante, sobre la educación superior argentina y cree que “es fundamental retomar la cultura del esfuerzo y el mérito” para volver a tener un sistema que sea motivo de orgullo.

Para él, hoy hay dos problemas principales. Primero la falta de articulación del sistema. La Argentina tiene más de 130 universidades entre públicas y privadas y cerca de 2.000 institutos terciarios, donde se capacita la mano de obra técnica y gran parte de los docentes. Sin embargo, los dos mundos son ajenos, no dialogan entre sí. El segundo problema es la estructura rígida de las carreras. Un alumno que ingresa en una licenciatura, supongamos de Alimentos, y después se quiere pasar a Química, pierde gran parte de las materias cursadas.

“Hoy el mundo está atravesado por cambios tecnológicos muy acelerados. Entonces, si lo que te enseñaron hoy es muy específico, mañana dicho conocimiento o competencia tal vez tenga poca utilidad. Pensaría en una universidad más flexible en la cual al menos durante los dos primeros años, los alumnos se los forme en habilidades cuantitativas, estadísticas y lo que se denomina habilidades blandas. Esto es, capacidad comunicativa, habilidad para liderar, para crear y adaptarse a los cambios, manejo del tiempo y saber trabajar en equipo. Debemos pensar a la universidad como si fuese una puerta giratoria en la cual los alumnos ingresan, se capacitan, van al mercado de trabajo y vuelven para seguir actualizándose”.

-Hoy la Argentina tiene una de las tasas de graduación más bajas en la universidad. ¿Es esperable dada la situacion socioeconómica y las características del sistema?

-El bajo porcentaje de graduados es esperable dada la situación general del país, fundamentalmente desde lo educativo. En este sentido, nos desplomamos. Pensemos que a mediados de los ‘50, 1 de cada 3 estudiantes universitarios en América Latina era argentino. Hoy, Chile gradúa más que nosotros. En 2021, en este país se graduaron 159.000 profesionales y en Argentina, en 2020, 132.000. Y la población chilena es la mitad que la nuestra.

-¿Qué pasó para pasar de una suerte de potencia universitaria en la región a indicadores tan pobres? ¿Cuándo comenzó el deterioro?

-La Argentina construyó desde fines del siglo XIX una universidad pública que fue modelo en la región. La UBA, la Nacional de Córdoba y luego con la Universidad de La Plata tuvimos una institución que puso su énfasis en la investigación. El país se preocupó por invitar a profesores europeos y norteamericanos, algunos de ellos para dirigir centros de investigación, para que así compartieran sus saberes y pudiésemos formar una verdadera élite científica e intelectual. Con algunos vaivenes políticos previos, el período que va desde el ‘55 al ‘66 es la época de esplendor de la universidad. Es un período en el cual la Argentina se ubica en el top 10 en cuanto a producción científica a nivel mundial. Y el ‘66 es el golpe de gracia. En “La Noche de los Bastones Largos” se desmiembra todo el aparato científico y se expulsa de la universidad a los mejores académicos.

-¿Con el regreso de la democracia no se pudo retomar ese camino de esplendor?

-Se intentó reconstruir la universidad en 1983, pero en ese momento la producción científica y académica ya estaba muy herida, y el mundo académico en los países industrializados corría a una velocidad que nos resultaba imposible de alcanzar. Ahora se necesita contar con muchos fondos para volver a armar una universidad de prestigio mundial. Y la Argentina le dedica muy poco a la universidad, menos de 1% del PBI. Y de un PBI que se viene contrayendo, más allá de alguna recuperación de coyuntura pero no sostenible, producto del desplome económico que nos atraviesa desde hace como mínimo 25 años.

Pongo un ejemplo muy claro: la Argentina como país invierte alrededor de 0,5% de su PBI en investigación y desarrollo. Esto traducido nos da unos $2.500 millones de dólares por año. En EEUU, solo la Universidad de Johns Hopkins, que tiene 26.000 alumnos (pensemos que la UBA supera los 300.000), en 2021 invirtió en investigación $3.200 millones de dólares. ¡Más que toda la Argentina! En definitiva, insisto con lo ocurrido en 1966 y luego, más allá del plan Taquini en la década de 1970 que tuvo como objetivo expandir el sistema de universidades nacionales a la mayoría de las provincias, a nivel estratégico se hizo poco y nada. Digo, se hizo pero a los tumbos, sin tener un plan de desarrollo de país.

-¿Y qué hizo bien, por ejemplo, Chile para crecer tanto en el plano universitario?

-Chile invirtió sus recursos en tener una escuela secundaria de calidad. Se dedicó a escolarizar a todos los chicos, se lo tomó muy en serio. Formó profesionales muy competentes para llevar a cabo una reforma de todo el sistema escolar y universitario. Logró de esta manera elevar las tasas de graduación secundaria muy por encima de las nuestras, las que a esta altura, y lo digo con profunda preocupación, permanecen desde hace dos décadas en niveles muy bajos: apenas el 50% de los chicos en edad de terminar el secundario lo completan en tiempo.

Entonces, si tenés más alumnos secundarios que finalizan este nivel de educación y bien formados, y en las pruebas PISA vemos que los estudiantes chilenos están rindiendo más que nosotros, la demanda por educación superior va a crecer y, a su vez, será una de mejor calidad. Sumémosle que en los últimos 20 años Chile creció en términos de PBI per cápita 73% y nosotros caímos -2,5%. Y esto es un fenómeno que se retroalimenta. Creces porque tenés un mejor capital humano, más graduados, mejor preparados, y a su vez ese crecimiento te impacta positivamente en el mercado laboral, los trabajadores son más productivos, se genera mayor riqueza, la que en parte se reinvierte para fortalecer el sistema educativo y así. Es un círculo virtuoso en el cual la reforma debe ser integral y simultánea. No se crece primero y luego se invierte en educación. En este sentido, Chile y Corea del Sur en distintas magnitudes, claro, son un buen ejemplo al respecto.

-¿Por dónde considera que habría que empezar para recuperar el sendero de la mejora en los indicadores que se desplomaron?

-Creo que es fundamental volver a la cultura del esfuerzo y del mérito. Me quedo atónito cuando escucho que el propio Presidente desmerece el mérito. Por supuesto que el Estado debe estar presente para brindarle a todos las mismas oportunidades desde la cuna, acortar las distancias que se dan entre familias. Nacer es un proceso azaroso. Podes tener la fortuna de nacer en cuna de oro, más allá de que la aproveches o no, o en un barrio marginal y con una familia desmembrada y casi analfabeta. Y allí es dónde debe comenzar el cambio, ayudar a las familias desde el Estado. Argentina ha sido históricamente un país muy generoso en su política social. Salud y educación gratuitas para todos, planes de vivienda. Hasta la década del 1960 estábamos al nivel de un país europeo promedio.

Sin embargo, el asistencialismo a través de los planes sociales ha sido perverso. Son más de 20 años sin resultados concretos. No existe una política verdadera que los vincule con el mundo del trabajo y la educación. Allí está la clave para comenzar a salir del atraso. Hay que invertir en los niños desde la cuna. Que volvamos a tener una cultura aspiracional Pensemos que cuando un niño nace, tiene solo un 10% de probabilidad de terminar una carrera universitaria. O sea, 9 de cada 10 no serán universitarios. Y si hacemos esa cuenta con los niños del primer quintil del ingreso, o sea el 20% más pobre, tenemos que solo 1 de cada 40 lo será. La brecha así se sigue agrandando. Y por supuesto, una política de Estado que aliente la inversión, que el país vuelva a crecer. Los recursos están. Hay un equivalente a casi un PBI en ahorros de argentinos por fuera del sector formal de la economía. Solo espera señales para volver, y volverá si nos proponemos diseñar un plan de desarrollo de país, que a mi entender no tenemos desde el desarrollismo del gobierno de Frondizi e inclusive diría desde el segundo plan quinquenal del segundo peronismo. Y a la cabeza de este plan de desarrollo debe estar la educación en sus tres niveles.

-Se suele decir que en la Argentina los jóvenes eligen carreras que no se condicen con las necesidades del mercado y sobre todo con la mirada en el futuro. ¿Es así?

-Si miro la distribución de alumnos según profesión o carrera, hoy siguen dominando las tradicionales. Derecho y Medicina aún están entre las favoritas. Para que se tenga una idea más acabada del fenómeno, hoy en Argentina se gradúan por año unos 125.000 profesionales. De estos, 20.000 son abogados y otros 20.000 médicos y auxiliares de la medicina. Por otro lado, si miramos las carreras exactas y naturales, entre las cuatro, biología, física, química y matemáticas, se gradúan solo 2.200 por año, e ingenieros unos 6.000. Hoy el mundo de la 4ta. Revolución Industrial, el de la inteligencia artificial, manejo de grandes masas de datos, robótica, requiere de graduados en carreras STEM, esto es en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática. En los países que más están creciendo, 4 y en algunos 5 de cada 10 graduados lo hacen en estas carreras. En la Argentina escasamente llegamos a 2. De hecho, habría faltante de ingenieros si el aparato industrial se pusiese a funcionar a pleno.

-¿Cuánto deberían durar las carreras en Argentina? ¿Se puede ir a un sistema de tres años con especialización posterior como en EEUU o es imposible por la dinámica de nuestro sistema?

-Creo que es hacia donde deberíamos ir. Las carreras de grado deben ser más cortas. Cuatro años como máximo, con un ciclo común de dos años en los cuales los alumnos transiten por materias que los preparen para una economía moderna, en conocimientos que como te dije, sean no perecederos. Esto no implica que en este primer ciclo no tomen contacto con materias específicas de lo que será luego la carrera elegida, pero necesitamos que las currículas sean más flexibles, que tengan más electivas, y que inclusive se incorporen materias artísticas que promuevan la imaginación en los alumnos. Propongo que la educación sea una especie de juego creativo con rigor académico y con mayor interacción de y entre alumnos. Pero para esto necesitas que vengan con una buena formación de base, que egresen de un secundario con conocimientos sólidos en matemáticas, comprensión de textos. En definitiva, que sepan leer, comprender un texto, relacionar ideas, sumar, restar y sacar un porcentaje. La universidad no puede ser una enfermería que cure los males de los niveles previos de educación.

-¿Está a favor de un examen al final de la secundaria, como tienen muchos países, que incida en el ingreso a la universidad?

-Definitivamente sí. La Argentina se halla atravesada por un mal cultural, y que es que cuestiona o aborrece todo tipo de evaluación, no le interesa medir. Y muchas veces esa conducta no nace de la propia sociedad sino desde la política y a veces desde la propia academia. Y aquí me refiero a la necesidad de que se evalúen los conocimientos del alumno, que él, su familia y nosotros como sociedad sepamos dónde estamos parados y en dónde estamos fallando. No evaluar es cómo diagnosticar sin que el médico te haga un chequeo clínico. ¿Tomarías un medicamento para elevar la presión sin antes saber si sos hipertenso? Bueno, los exámenes sirven para eso, para diagnosticar. No deben ser elementos punitivos, y en este punto está la cuestión. Decir cuántos pobres tiene un país no es estigmatizar a los pobres como alguna vez se dijo. Saber cuántos pobres hay es fundamental para comenzar a diseñar políticas que terminen con la pobreza. En educación es lo mismo. La evaluación sirve para saber dónde estamos parados y cuál el remedio para solucionar el problema. En definitiva, a quienes cuestionan que un examen perjudica a los chicos de más bajos recursos, yo les digo que mirar hacia otro lado y que egresen como sea, y que luego ingresan a la universidad sin ningún tipo de examen, es pan para hoy y hambre para mañana. A la larga o a la corta, y más a la corta, la propia universidad los termina expulsando. Hoy 4 de cada 10 ingresantes no completa el primer año. Y la mayoría de ellos provienen de hogares carenciados.

-¿Inclusión y calidad son compatibles y complementarios? ¿O cree que Argentina se dedicó casi exclusivamente a la tarea de “incluir” en los últimos tiempos?

-Necesitamos que sean compatibles y complementarios, o lo más compatibles posible. Pero eso solo es posible si la educación que reciben los alumnos en los niveles previos es de calidad y para todos. No puede ser que solo menos de 6 de cada 10 jóvenes hayan terminado el secundario. Y cuando egresan, lo hacen con conocimientos muy limitados. De hecho, en comparación a los países de la élite educativa, un graduado de quinto año de Argentina tiene un nivel de conocimientos en lengua y matemáticas equivalente a un niño de esos países que finalizó el segundo año. ¡Tres años de diferencia! Si hoy gran parte de los chicos que van al colegio lo hacen porque allí reciben una ración de comida, estamos en problemas. Por supuesto que es mejor que estén contenidos en un lugar como la escuela, por supuesto que está bien que los niños estén alimentados, ¿pero esa es la principal función de la escuela?

Si bien es cierto que en los últimos años, con la apertura de universidades en el conurbano bonaerense se viene intentando una política de inclusión. Pero es una herramienta costosa y no muy efectiva. Se han incorporado muchos chicos que son primera generación de estudiantes universitarios, y de padres que inclusive no han finalizado la primaria. De hecho podes incluir a más estudiantes utilizando más inteligentemente y masivamente la tecnología de la educación a distancia, y utilizando a los institutos terciarios universitarios, que están distribuidos en todo el país, transformándolos, sin que pierdan su carácter, en centros universitarios a contra turno. Es una política más efectiva y menos costosa.

-¿Qué piensa justamente de la expansión del sistema en las últimas décadas, en especial de la apertura de universidades en el conurbano durante los gobiernos kirchneristas?

-No voy a contestar con corrección política. Me parece que es una estrategia electoralista para ayudar a los intendentes favorecidos, haciéndoles creer a la gente que con la universidad llega la modernidad al municipio. Claro que hay algunas que se han abierto y que son necesarias. Pero cuando las analizas más en detalle, notas que hay algunas que ofrecen carreras que se superponen, o que son similares, a otras que ofrecen universidades cercanas, o que inclusive hay muy baja demanda para la oferta académica que presentan.

-En los últimos meses se trató la creación de 8 nuevas universidades nacional, que al final no prosperó en Diputados.

Sí, me pareció escandaloso el último proyecto. Otra vez, hay mejores formas de acercar la educación universitaria a los alumnos de más bajos recursos que la simple apertura de una universidad. Además, toda política de apertura debe estar relacionada con un plan estratégico de desarrollo de país. Cada apertura debe estar justificada para dar respuesta hacia dónde queremos ir como nación. Y el problema es que no lo sabemos, y esto parece importarles a pocos.

Fuente: Infobae

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